Extraido de Jabad Magazine
Esto puede sonar como una declaración peculiar tomando en
consideración con qué cristalina claridad nuestra tradición trata esta
relación, pero no es aquí donde radica el misterio. Radica en la casi total
ausencia, fuera de nuestra tradición, de mención alguna de esta relación.
Fue este hecho el que provocó, en cierta medida, que los
antisemitas del pasado, en particular los griegos y los romanos, negaran que
tuviéramos historia alguna. El antiguo historiador judío Josefo dedica gran
parte de su tiempo a contrarrestar este cargo ante su audiencia romana. Dado
que los romanos no tenían acceso a nuestra tradición, estaba en la imperiosa
necesidad de hacerlo.
Pero, con todo, perdura el enigma. ¿Por qué casi no hay
mención alguna, en las antiguas inscripciones egipcias, acerca del Exodo y la
esclavitud de Israel?
Hay unas contadas excepciones a esto, que la arqueología
moderna ha descubierto, y un examen de estas excepciones puede darnos una pista
en cuanto a la respuesta a esta pregunta.
Una es el así llamado "estilo de victoria" de
Merenhotep, el rey durante la época de nuestra esclavitud. Los reyes egipcios
tenían el hábito de erigir monumentos de piedra sobre los que registraban en
sumo detalle, y comúnmente con gran exageración, todas sus victorias políticas
y militares. Este monumento recientemente descubierto registra su victoria
sobre un "Israel". Es la primera vez que esta palabra se encuentra en
algún monumento antiguo.
El segundo ejemplo es la así llamada "Historia de
Ipuwer". Ipuwer era un ordinario pero versado egipcio que vivió en la
época en que dejamos Egipto.
Su historia no fue escrita sobre piedra sino sobre papiro,
que pudo sobrevivir únicamente a causa del aire sumamente seco de Egipcio. No
era un registro oficial sino un lamento privado. En él, Ipuwer describe una
serie de terribles vicisitudes que su nación había encarado recientemente,
pruebas que lo dejaron a él y a su familia desolado y desanimado. Su tono
melancólico ofrece una visión pesimista del futuro de su nación y es
caracterizado por el terror de que la gran gloria de Egipto pudiera llegar a
semejante fin. Las dificultades que menciona presentan una llamativa similitud
tanto en tema como en orden, con las diez plagas que acompañaron nuestra
partida de Egipto y que, de hecho, golpearon a Egipto permanentemente
expulsándolo del centro de la historia.
Examinemos por un momento estas dos referencias a nuestra
temprana historia desde afuera de nuestra tradición. Una es una exclamación
pública de victoria sobre una nación sometida destinada a proclamar la gloria
del vencedor para siempre, noción que surge del hecho de que fuera escrita en
piedra. La otra es una endecha privada que relata el desastre nacional,
concebida para consuelo personal y, por lo tanto, no fue escrita en piedra.
A medida que el tiempo pasa de día en día y de año a año, la
gente mira hacia atrás y escribe historia. Lo que ve es una miríada extensa de
complicados sucesos entretejidos y personajes. Si el historiador simplemente
escribiera todos estos hechos, nadie, ni siquiera los más grandes eruditos,
estarían interesados. Por lo que tamiza esta información, eligiendo una parte y
dejando detrás mucho más. Luego, interpreta su significado.
Tanto el cernido como la interpretación son actos que no se
llevan a cabo en un vacío, sino que están sujetos no solamente a los prejuicios
del historiador sino también al efecto que éste quiere producir con sus
escritos. Lo podemos ver sucediendo ante nuestros propios ojos hoy con el nuevo
currículum en las escuelas exagerando el papel que las minoridades étnicas y
las feministas jugaron en la historia norteamericana. A menos de que la persona
realmente viva un suceso o tenga acceso a una tradición confiable transmitida a
él por alguien que lo hizo, jamás sabrá la genuina verdad sobre éste con
estudiar historia.
Cuando los reyes egipcios ponían estas inscripciones,
escribían historia, y estaban interesados en producir un efecto, su propia
autoglorificación. Naturalmente, no escribirían nada que estropearía este
efecto, tal como un Israel abandonando un Egipto en ruinas. Es por esto que no
hay mención en los escritos históricos de los grandes sucesos relatados en
nuestra tradición. Los únicos que escribieron historia fueron aquellos que no
tenían interés alguno en estos agitados sucesos. El pueblo judío no escribió
historia, y la única razón de que se conocen estos eventos es porque nuestra
nación sobrevivió y, así, las tradiciones están hoy con nosotros.
Pero Ipuwer tampoco escribía historia. No trataba de
producir efecto alguno salvo su propio consuelo. Y no era para nada probable
que su narración sobreviviera.
Uno de los más grandes errores que todos los historiadores
tienen en común es que presumen que el hombre antiguo era en el mejor de los
casos un individuo burdo, y en el peor, un salvaje. En épocas antiguas esta
equivocación se debió a simple ignorancia. La Edad Media fue una extensa y
opaca barrera que separó a los historiadores de cualquier conocimiento preciso
del pasado antiguo. En el último siglo la arqueología ha resuelto este problema
en cierta medida, pero otro más serio ha surgido. Es la aceptación casi
universal de la teoría de la evolución de las especies por medio de la selección
natural. Si el hombre evolucionó de una forma inferior de vida, obviamente, a
medida que pasa el tiempo, tanto más se aleja éste de esa forma inferior de
vida. A ello se debe que todos los historiadores se sienten desconcertados por
los logros del hombre antiguo, como lo han descubierto los registros
arqueológicos.
No tiene manera de explicar, por ejemplo, las pirámides o la
arquitectura antigua en general. Y esto, como lo admiten, en el amanecer de la
historia. Repentinamente, de ninguna parte, estalla una explosión de tecnología
insuperada hasta el siglo XX. Y por increíble que esto pudiera parecer, como no
pueden explicarlo, simplemente lo ignoran, especialmente sus implicaciones
respecto de la evolución.
La Torá relata los grandes pasos que la tecnología dio a
principios del mundo. Después del diluvio, este crecimiento continuó. Pero
hasta la Torre de Bavel, estaba restringido generalmente a la Mesopotamia. Lo
que es más importante, como no había guerra ni nacionalismo, la tecnología no
era considerada demasiado importante. Pero, con todo, la pericia tecnológica
práctica ciertamente continuaba creciendo.
Después de la Torre y la dispersión de las naciones pegó un
salto como una flecha de un arco contraído y repentinamente en Egipto comienza
la edad de las grandes pirámides. Aparece simultáneamente la monarquía
absoluta, que encamina esta tecnología a su antojo. Este era el Viejo Reino en
Egipto, hace unos 42 siglos.
Lentamente, esta monarquía se debilitó y surge un corto
período de feudalismo en el que los reyes son débiles y controlados por los
nobles. Pero pronto llega el Reino Medio, caracterizado nuevamente por una
fuerte monarquía.
En este punto desciende una bruma y casi nada se conoce
sobre los próximos cien años. Parecería que un "fiero" pueblo semita
llamado Hyksos invadió Egipto y se mantuvo en el poder por un siglo
aproximadamente. Casi nada se conoce de ellos. Nuevamente, porque su historia
no fue escrita por ellos sino por sus enemigos egipcios. Sabemos que a estos
enemigos los llamaron "el pueblo pastor" y se nos cuenta cómo
libraron una guerra "despiadada" sobre el paganismo egipcio. De
hecho, ésta es una de las pocas cosas que sabemos sobre ellos porque era una de
las pocas cosas que a los egipcios no les importó que la historia supiera. Los
Hyksos eran iconoclastas. No dejaron detrás de sí ninguna imagen o estatuas de
cualquier cosa, ni de algún dios o de sí mismos. Y es por esto que sabemos tan
poco sobre ellos. Esto es en brusco contraste con los egipcios, quienes dejaron
detrás todo tipo de monumentos y estatuas. Y es por eso que fueron tan odiados
y temidos por los egipcios.
Otro hecho importante que debe presentarse: fue por esta
época que Avraham descendió a Egipto.
Es ocioso especular sobre la relación de Avraham con los
Hyksos. ¿Eran ellos sus discípulos, como Josefo parece implicar? Las
"almas que ellos hicieron en Jarán". ¿Participaron ellos en su guerra
contra los reyes? No se conoce lo suficiente como para hablar. Mientras
ciertamente no eran tan degenerados como los egipcios, muy bien podrían haber
sido responsables del problema que Avraham tuvo con su esposa cuando llegó.
Y el odio que los egipcios sentían por ellos explica otra
cosa.
En Parshat Miketz (Gen. 41:34) la Torá cuenta cómo después
de que Biniamín descendiera a Egipto Iosef invita a sus hermanos a comer con
él. La Torá detalla la muy misteriosa disposición de asientos en esta comida.
Iosef se sentó solo, sus hermanos se sentaron por separado como lo hicieron los
egipcios. La Torá da una razón. Los egipcios no podían comer con los Ivrí, los
hebreos, porque era una abominación para ellos. Onkelós explica que los
egipcios adoraban los animales que los hebreos criaban para alimento y ropa.
Eran pastores. Luego, cuando Iosef quiso asegurarse de que su familia podría
radicarse en Góshen, lejos de los egipcios, les dijo que contaran al Faraón que
eran pastores. Esto aseguraría que los egipcios se mantendrían alejados de
ellos.
Con todo, parece que los egipcios hubieran querido estar en
términos más bien buenos con los judíos, considerando el hecho de que eran una
"abominación". ¿Qué tipo de abominación era ésta, y cuán mala podría
haber sido? ¡Era más de un siglo antes de que los judíos fueran concretamente esclavizados
y comenzara la persecución!
Después de unos 100 años de gobierno, una rebelión popular
aplastó la dominación de los Hyksos y comenzó una nueva y enérgica dinastía
egipcia.
Este era el Nuevo Imperio.
Imperio, porque ahora los egipcios hicieron algo que jamás
antes habían hecho. Comenzaron un movimiento de expansión nacional que habría
de culminar en el imperio oriental medio de Thutmose III. Por esto los reyes de
egipto siempre estaban en busca de sirvientes militares y civiles capaces de ganar
y mantener este imperio. Fue por esta época que Iosef fue vendido a Egipto. No
sorprende que el rey egipcio lo reconociera de inmediato como alguien a quien
se podría usar para fomentar las necesidades de su imperio. Cuando llegaron los
demás hermanos, varios años después, también puso sus ojos sobre ellos. Pero la
memoria y el odio a los Hyksos era todavía muy fuerte entre los egipcios y todo
lo que los hermanos tuvieron que hacer era decir que eran pastores para
asegurarse de que los egipcios no querrían trabar amistad con ellos.
Así continuaron las cosas durante un siglo más; Israel vivió
en Góshen y evitó la asimilación. Por su parte, los egipcios no parecieron
molestarlos.
Una de las marcas características del paganismo es la
tolerancia religiosa. Si crees en 100 dioses, agregar uno más no habrá de
molestarte demasiado. Los egipcios no eran tan quisquillosos en cuanto a dioses
nuevos. De hecho, ésta puede haber sido una de las causas de la fricción con
los Hyksos, quienes no se mostraban tan dóciles con esto.
Pero más o menos a mediados del siglo XV antes de la era
común, surgió un rey en Egipto que habría de poner fin a esto. Este era
Amenhotep IV, mejor conocido como Iknatón. En la literatura popular, e incluso
en la literatura erudita, se sostiene ampliamente que él ha sido un monoteísta.
Muchas teorías románticas han soñado incluso los eruditos con respecto a su
relación con Israel. El no era, sin embargo, un verdadero monoteísta. Quizás
sería mejor llamarlo el primer fanático religioso del mundo. Simplemente
proscribió todos los dioses egipcios excepto el suyo. El no podía soportar que
alguien adorara a dios alguno fuera del suyo. Y aplicó una crueldad directa
para suprimir a quienquiera no cumpliera con su voluntad, tal como lo hacen
todos los fanáticos religiosos.
Pero los poderosos sacerdotes eran demasiado fuertes para él
y no se mantuvo en el poder demasiado tiempo. Después de su muerte volvió el
viejo orden. Pero Egipto jamás volvería a ser el mismo, de una forma que tuvo
una peso directo sobre el pueblo judío que vivía pacíficamente en Góshen. Una
vez que la semilla del fanatismo religioso es plantada, continuará creciendo.
Aunque ya no quedaba rastro alguno de la ideología de Iknatón tras su muerte,
la atmósfera de fanatismo religioso que había creado, perduró. Poco después se
tomó sospechosa y peligrosa nota de Israel viviendo solo en Góshen.
Cuando Moshé y Aharón llegaron y se pararon ante el Faraón,
éste no era el mismo Faraón sensual de quien Avraham había tratado de ocultar a
su esposa. Tampoco era el mismo empresario constructor de imperios que estaba
ávido de aprovecharse de Iosef y sus hermanos. Era una ceñudo Faraón decidido a
erradicar toda ideología que difiriera de la suya.
Reuven Adams
Cortesía: es.chabad
Comentarios
Publicar un comentario